jueves, 15 de julio de 2010

Del amor y sus penas

No podemos vivir sin esa especie de confianza en la vida que nos otorga el sentimiento amoroso

Eso a lo que llamamos amor, ese sentimiento que nos embarga alguna o varias veces en la vida y en el que depositamos, de manera consciente o inconsciente, todas nuestras esperanzas, suele ser el sentimiento más complejo e importante de la vida. De él dependemos como del aire para respirar o del agua para beber. Podemos vivir con un aire contaminado, con el agua modificada hasta límites insospechables, pero no podemos vivir sin esa especie de confianza en la vida que nos otorga el sentimiento amoroso.
Ese sentimiento es, en parte, un producto del deseo o quizás, el mismo deseo con distintos ropajes, pero va más allá que el deseo sexual, creo que tiene que ver con el deseo de vivir. Puede ser expresado con el lenguaje de la pasión por alguien o por algo; de cualquier manera la pasión es inherente al sentimiento, como si fuera su expresión exterior. Y como cualquier expresión pasional, asusta porque manifiesta una intensidad que no es compatible con la vida planificada, ordenada y controlada a la que estamos acostumbrados. Por ello, muchas personas se defienden de ese sentimiento como si fuera un peligro constante. De hecho, lo es. Cualquier manifestación de las profundidades del individuo es una amenaza de desbordamiento. Cualquier pasión lo es, y el amor, aunque sea algo muy bueno, lleva implícito el sello de la profundidad y asusta porque rompe los esquemas que nos matienen en un estado de tibieza soportable. Pero sin amor se va a la destrucción paulatina de todo lo que es vital, de ahí que los que no pueden enamorarse son terreno abonado para la depresión.
Lo que ocurre es que esa flor magnífica tiene multitud de dolorosas espinas; es el peaje que hay que pagar. Las penas de amor que han creado tanta literatura son el tributo que Eros reclama para habitarnos. Hay montones: la incertidumbre permanente de su correspondencia, la dificultad de expresarlo tal como se siente, el miedo a perderlo, lo efímero de sus expresiones y un sinfín de dudas que florecen en el camino.
Cuando una relación amorosa se rompe, el dolor más importante no es el de que la persona amada se aleje de nuestro lado, sino que uno no sabe qué hacer con todo lo propio que ha depositado en el ser amado, es decir, el proyecto vital inconsciente que se fue creando como en una destilería profunda se queda sin el aliento vital que supone el compartir las almas. Claro que hay más cuerpos y almas en el exterior pero el tiempo transcurrido compartiendo alma con alguien amado modifica la esencia de cada cual, y la persona que resulta de ello ya es distinta de la que empezó. La tarea afectiva es doble: se llora la pérdida y, a la vez, hay que reconocerse de nuevo con lo que se es, para que el amor nos pueda seguir habitando.
Puede que las penas no sean otra cosa que puentes para salvar obstáculos que, de otra manera, no nos permitirían vivir en el sentido mas amplio de la palabra. Vivir parece llevar aparejada una retahíla de sentimientos contradictorios. Algunos nos llenan de alegría, otros nos llenan de pena. No hay alternativa.


REMEI MARGARIT