lunes, 23 de julio de 2012

La estructura trinitaria de la salvación según el documento “El cristianismo y las religiones” de la Comisión Teológica Internacional (1997)


En la Introducción (nn. 1-4), la Declaración parte del mandato misionero dado por Jesucristo a sus discípulos (cf Mc 16, 15-16; Mt 28, 18-20). La misión universal de la Iglesia encuentra su punto de partida en este mandato y encuentra su contenido en la proclamación del misterio trinitario de Dios y de la Encarnación, evento de salvación para toda la humanidad. Eso no evita que la misión evangelizadora de la Iglesia ha de tener en cuenta las tradiciones religiosas del mundo. En este sentido, se advierte que la práctica del diálogo interreligioso se perfila como un elemento integrante de la misión ad gentes.
La Declaración destaca  la necesidad de que la teología de las religiones adopte un planteamiento trinitario, de modo que la acción salvadora unitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se tenga siempre en cuenta, por motivos de doctrina y de método teológico.  No sólo porque la Trinidad debe figurar en cualquier propuesta que recoja la identidad del Cristianismo, sino también porque la reflexión teológica sobre la iniciativa amorosa del Padre, y los envíos del Hijo y del Espíritu Santo, proporciona el marco adecuado para plantear y resolver correctamente cuestiones centrales que serán compartidas en el diálogo con otras religiones.  Como deja ver la Declaración, la Iglesia considera al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como identificados en un único ser divino. Cualquier otro planteamiento supondría un retroceso en dirección de un politeísmo pagano que consideraría a los dioses como manifestaciones de un solo espíritu divino trascendente.
La teología trinitaria permite afirmar la particularidad de Dios en el diálogo, así como su interacción la creación de la naturaleza y de la criatura humana. Una cristología trinitaria está en condiciones de relacionar lo universal y lo particular, superando formas excluyentes de particularismo  y de universalismo (concepciones puramente teocéntricas centradas sólo en el Padre). Por ello no se puede equiparar "fe teologal" y "creencia". La fe es respuesta a Dios que se revela y asentimiento a lo revelado por Él. La mera "creencia" se refiere a la búsqueda humana de la verdad absoluta, carente del asentimiento a Dios que se revela. Por ello, "debe ser [...] firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y la creencia en las otras religiones" (n. 7).
La presencia y el papel del Espíritu de Dios permiten también vincular la particularidad de Cristo con la actividad universal de Dios en la historia de la humanidad. Dado que la Iglesia se encuentra en su misterio bajo la guía y el juicio del Espíritu, que actúa de algún modo en las religiones, éstas aparecen también en el horizonte de la plenitud cristiana.
Una gran afirmación cristológica que se deduce de la declaración se refiere a la unidad de la economía salvífica del Verbo encarnado y del Espíritu Santo: "Debe ser [...] firmemente creída la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret, hijo de María, y solamente él, es el Hijo y el Verbo del Padre" (n. 10). Es decir, hay una unidad entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret: sólo Jesús de Nazaret es el Verbo del Padre. Así Jesús, el Verbo encarnado, es el mediador y redentor universal: "debe ser firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la economía salvífica querida por Dios uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención...".
El mensaje de Jesús posee una tendencia intrínsecamente expansiva y comunicativa, y es capaz de generar un proceso asimilativo basado en el diálogo y el respeto mutuo. El cristiano arranca de la premisa de que el Dios activo en la historia de Israel se ha revelado plenamente en Jesucristo, a través del Espíritu, y ese Dios, particular y universal, es el fundamento último de la vida y de la salvación. Las religiones deben tratar de entenderse, por lo tanto, desde la universalidad y la realidad de Dios vivo. La encarnación salvífica del Verbo "es un evento trinitario" ( n. 12). Por consiguiente, es "contraria a la fe católica" la hipótesis de "una economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo encarnado". El misterio del Verbo encarnado "constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a la humanidad" (n. 12).

Nacho Padró

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