lunes, 23 de julio de 2012

La Muete en los Textos Védicos.


El Rig Veda, el principal documento de la literatura india, contiene un millar de himnos distribuidos en círculos o mándala. Estos himnos son oraciones dirigidas a las divinidades. Otros están consagrados a los sacramentos del matrimonio, y otros a los rituales de fuego, a la muerte…
            Por ejemplo, un texto védico, que describe un rito funerario, va acompañado de fórmulas de encantamiento, y su finalidad es impedir que el fantasma del difunto vuelva a la tierra y perturbe a los vivos. Dice esto: «¡Prosigue, oh muerte, esa ruta allá abajo, que es la tuya, distinta del camino de los dioses! ¡Yo te lo pido, a ti que tienes ojos, a ti que oyes, no lesiones a nuestros hijos ni a nuestros hombres!».
«Los vivos que ya están separados de los muertos…». Se leen también, en el Rig Veda, despedidas a los muertos y la invocación a la Tierra, diosa protectora: «Arrástrate a la tierra, tu Madre. ¡Esa tierra tan benéfica en los extensos dominios, virgen suave como la lana y dadora de un cuantioso salario! ¡Ojalá te pueda salvar ella del seno de la nada! ¡Haz una bóveda, oh tierra, no lo destruyas, sé para él acceso fácil y un buen descanso! Como una madre a su hijo, cúbrelo, oh tierra, con el paño de tu manto…».
Tengamos en cuenta que en la tradición antigua, contenida en los textos del Rig Veda, el difunto se encuentra con sus ancestros donde están con el dios de la muerte, Yama, que es también el primer ser humano que conoció la muerte. No se trata de renacimiento o reencarnación. Estas ideas no vieron la luz sino en los siglos VII-VI antes de Jesucristo.
            Otros upanishads hablan de la existencia de tres mundos: un mundo de aquí abajo: el mundo terrestre; un mundo de arriba: el mundo celeste; y un mundo crepuscular: el intermedio, el cual, se dice, corresponde a un estado de sueño que va de la consciencia a la inconsciencia. El espíritu vagabundea con sus fantasías entre las dos riberas, pero el alma pura, una vez más, va a seguir el camino de los dioses para ir al paraíso que corresponde a su nivel espiritual, porque los paraísos tierra, tu Madre. “¡Esa tierra tan benéfica en los extensos dominios, virgen suave como la lana y dadora de un cuantioso salario! ¡Ojalá te pueda salvar ella del seno de la nada! ¡Haz una bóveda, oh tierra, no lo destruyas, sé para él acceso fácil y un buen descanso! Como una madre a su hijo, cúbrelo, oh tierra, con el paño de tu manto…».
            La muerte aparece en la tradición hindú antigua como una desaparición momentánea de la tierra. No es un fin en sí, sino un estado transitorio. El atman, el «sí mismo» va a revivir en otro lugar. Tengamos en cuenta que en la tradición antigua, contenida en los textos del Rig Veda, el difunto se encuentra con son «estados de conciencia». El alma impura juzgada por Yama se dirige al infierno, donde se infligen penas de acuerdo con las faltas cometidas. Pero ni el paraíso ni el infierno son eternos. La muerte afecta sólo al cuerpo. Por eso la liturgia de los funerales se dirige al difunto, a su alma separada del cuerpo: «Ve, ve por los senderos antiguos por los que caminaron nuestros antepasados. Tú verás a los dos reyes que desean la ofrenda funeraria, Yama y Varuna; ve al cielo supremo a reunirte con los antepasados y Yama…». El «sí», atman, no perece. Lo atestiguan todos los textos. Sólo perece el cuerpo.
            En la Katha Upanishad, un joven brahmán, Naciketas, muerto brutalmente, llega al mundo de los muertos. Yama, no habiéndolo recibido, le ofrece que exponga tres deseos. Entre esos deseos se encuentra la cuestión de la muerte; él pregunta: ¿Qué es la muerte?, ¿qué es esa travesía? Desea con particular interés conocer lo que es y lo que significa esa travesía. Y se le da esta respuesta: «La muerte sólo es un rito. Superándose uno a sí mismo, se supera la muerte. La única manera de escapar a ella es vencerla. Hay que llegar a ser igual al atman divino…». Dicho de otra manera, la muerte es sólo un paso, la existencia también.


Nacho Padró



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