lunes, 23 de julio de 2012

Los sufrimientos de Pablo conocidos a partir del libro de los Hechos y de sus cartas

           En 2 Cor. 11,24-27 el mismo Pablo nos da incluso una lista detallada de pruebas por las que había tenido que pasar: «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez». Y el libro de los Hechos nos certifica del realismo de todo ello: cárceles, tribunales, latigazos, insidias, amenazas de muerte, motines... El sufrimiento físico ha acompañado a cada paso al apóstol en su existencia. Más aún, en 2 Cor. 12, 10 habla de «injurias», «persecuciones», «angustias», «sufridas por Cristo». Por tanto, junto a los sufrimientos físicos está ese roce continuo de la humillación, la contradicción, las dificultades y trabas de todo tipo; y ello por parte de los judíos, de las autoridades romanas... o de los mismos «falsos hermanos» (fue sin duda una de las heridas más dolorosas para el apóstol: la presencia continua de los judaizantes, de los falsos apóstoles, que ponían en tela de juicio su labor e incluso contradecían abiertamente la predicación de Pablo).
            Desde su primer viaje misionero o, mejor dicho, desde su conversión, Pablo encontró resistencia; fue perseguido y molestado. Para impedir y obstaculizar la acción de Pablo sus adversarios recurrían a la fuerza de la policía, al poder de las autoridades o a otros medios de presión: en Damasco (Hch 9,23-24), en Jerusalén (Hch 9,29), en Chipre (Hch 13,8), en Antioquía de Pisidia (Hch 13,50), en Iconio (Hch 14,5), en Licaonia (Hch 14,19), en Filipos (Hch 16,22), en Tesalónica (Hch 17,5-9), en Berea (Hch 17,13), en Corinto (Hch 18,12), en Efeso (Hch 19,23-40), en Jerusalén (Hch 21,27-30). Una vez la policía salvó la vida de Pablo: en Jerusalén, cuando corría peligro de ser linchado por la multitud en la plaza del templo (Hch 21,31-32). Llevado a Cesarea, Pablo tuvo que comparecer ante Félix, el gobernador romano, quien aceptó el proceso y lo tuvo preso, sin juicio, durante dos años (Hch 24,22-27). En Roma Pablo continuó preso por más de dos años, aguardando el juicio que, por lo que todo indica, no tuvo lugar por falta de pruebas (Hch 28,30-31). Pero no fue la única vez, Pablo estuvo preso varias veces: en Filipos (Hch 16,23), Jerusalén (Hch 21,33), Cesarea (Hch 23,23) y en la ya nombrada Roma (Hch 28,20). Además debió haber sufrido una prisión muy pesada en Efeso, desde donde envió cartas para los Filipenses (Flp 1,13), para los Colosenses (Col 4,18) y, quizás, a Filemón (9 y 13). Fue tan pesada esa prisión en Efeso que Pablo llegó a perder la esperanza de sobrevivir (2 Cor 1,8-9). Fue como "una lucha contra animales salvajes" (1 Cor 15,32). El resumen de los padecimientos de Pablo es éste: flagelado 5 veces por los judíos con 39 azotes, flagelado 3 veces por los romanos, apedreado una vez, padecido 3 naufragios, un día y una noche en el agua, prisión, golpes, hambre, desnudez, frío, y cansancio en los viajes a pie.

Nacho Padró

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