viernes, 28 de diciembre de 2012

Motivos que dieron al traste con los intentos de unión del Concilio de Florencia



El concilio de Florencia es el único que se ha celebrado con la intención de ser un concilio de reunificación. Iniciado en Ferrara el 8 de enero de 1438, se trasladó a Florencia en 1439 y a Roma hacia 1444. Al igual que ocurrió con el II concilio de Lyon, relacionado también con la reunificación, las actas oficiales de Florencia se han perdido, por lo que hay que basarse en textos de discursos, bulas, actas no oficiales y datos indirectos. También aquí, como en el II concilio de Lyon, un motivo determinante para la participación de Oriente fue la necesidad de ayuda militar; en materias doctrinales los griegos tenían la intención de probar que los latinos estaban en el error. Eugenio IV (1431-1447), que fue quien convocó el concilio, vio en la unión un apoyo en su lucha con el conciliarista concilio de  Basilea; en distintos momentos del concilio hubo condenas de este concilio de Basilea, que se desarrollaba simultáneamente.
Las causas del fracaso fueron complejas: los griegos consideraron la ayuda militar como parte de acuerdo de unión, pero en esto se vieron defraudados; las cuestiones étnicas y polémicas fueron también factores importantes. Sobre todo, la unión fue el resultado de un proceso intelectual y espiritual de los que asistieron al concilio; otros, que no habían hecho esta experiencia, rechazaron sus conclusiones. Pero la unión no fue, como algunos afirmarían, ni comprada con dinero y honores, ni impuesta por la fuerza y las amenazas.
El éxito del concilio, por consiguiente, fue limitado. En Oriente su nombre provoca todavía reacciones negativas. Pero en Occidente condujo a un renovado interés por los Padres. Sus decretos sobre el papado sirvieron de freno al conciliarismo. Su aspiración a la unidad sin insistir en la uniformidad sigue siendo válida todavía. A diferencia del II concilio de Lyon, fue un encuentro real de espíritus y no la aceptación pasiva de un documento pontificio previamente elaborado. Su fracaso último se debió al hecho de que se reconocieron dos modelos eclesiásticos, el escolástico y el patrístico, pero ninguna de las dos partes aceptó el otro como complementario, por lo que no lo integró dentro de su propia visión.

Nacho Padró

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