martes, 7 de enero de 2014

Una Teología Cristológica del Hombre


Cristo resucitado manifiesta al mundo la imagen y semejanza ideal de Dios. Su carne gloriosa es el canon de toda humana perfección y salud. Desde estas ideas, que compendian los aspectos más varios de la teología de San Ireneo, se exalta el valor cristiano del cuerpo frente a cualquier actitud despectiva o dualista.
El hombre ideal en la teología de San Ireneo, Gregorianum, 3 (1962), 449-491

La exégesis de Gn 1,26 (hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza) tuvo una gran importancia para la primera teología cristiana, porque representaba la síntesis del plan de Dios sobre el hombre. El presente estudio intenta presentar, dentro de la teología de Ireneo, el modelo según el cual plasmó Dios esa imagen. Ese modelo será el Hombre Ideal. 

La carne del hombre compendia así los aspectos más varios y hondos de la teología de Ireneo:
Trinitario: el Padre ofrece la tierra del Paraíso, substrato virginal; el Logos la modela según su futura forma en Jesús; el Espíritu la deifica en orden a la plenitud de Cristo glorioso.

Cristológico: Jesús, en carne espiritual, es el Hombre perfecto, ideal y modelo de los hombres.
Escatológico: Adán prenuncia al Cristo glorioso; por tanto, prenuncia también la consumación de los tiempos, cuando todos serán sublimados a la condición carnal de Cristo y gozarán. con Él, aun carnalmente, de la vista de Dios.
Aspecto diferencial con el ángel: el ángel no tuvo por modelo al Hombre-Dios, ni se asociará a la gloria misma del Verbo, en comunidad de carne y espíritu con Jesús.
Plan de salvación: el hombre compendia en su cuerpo los dos extremos -carne y espíritu- que trató Dios de unir mediante el plan o economía de salvación.
Sobrenatural: el cuerpo humano prenuncia desde Adán todas las maravillas y la gratuidad del orden sobrenatural.
Tan soberbia síntesis teológica se cuartearía si las palabras de Gn 1,26: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, no evocaran en Ireneo la figura ideal de Jesucristo resucitado. Frente a la actitud despectiva de los gnósticos ante la carne, Ireneo la exalta hasta una deificación, como en Cristo.

Antonio Orbe 

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