miércoles, 26 de febrero de 2014

Lo femenino y lo maternal como Imagen de Dios en el Antiguo Testamento.

Aunque en las Escrituras y en la teología predominan los aspectos masculinos, también se encuentran aspectos femeninos y maternales. Así, no solamente podemos encontrar a Dios como Padre fuerte, sino también como Madre compasiva, consoladora y protectora, que revela fuerza, pero también creatividad, equilibrio y belleza. Son huellas ligeras pero que demuestran que a pesar de la fuerza del entorno social androcéntrico hay algo arraigado en el fondo del ser humano que le lleva a hablar de la madre y de sus características, enfocándolos en su imagen de Dios. El problema reside en el hecho que no tenemos un texto que claramente nos muestre esa imagen femenina y maternal de Dios, sino que es una imagen escondida, camuflada, quizás menos sutil en Isaías, que se ha de estudiar en contexto viendo diferentes textos. De ahí que en vez de un texto, mostraré diversas muestras de esa imagen de Dios mediante textos bíblicos más o menos representativos.
En el AT para referirse a Dios, existen unos “núcleos” semánticos que abren el acceso a la realidad femenina del misterio de Dios. Una de las expresiones usadas con frecuencia es “rachami”, palabra que describe la clemencia, la misericordia. La raíz de la palabra es “rechem”, que significa el útero materno. Las “rachamin” se refieren a aquel lugar del cuerpo de una mujer en donde el niño es concebido, nutrido, protegido, donde crece y después es dado a luz. La palabra compara el amor de Dios con el de una madre: ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.”  (Is 49, 15) o al afirmar ¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no es niño en quien me deleito? pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová.”  (Jer 31, 20); como en “Desde el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido; daré voces como la que está de parto; asolaré y devoraré juntamente” (Is 42, 14).  Donde el vínculo tan estrecho que se produce entre madre e hijo, en esta circunstancia, es signo de cómo Dios ama a su pueblo pese a todo.
            Vemos en el símil del parto como Yahvé concibe en sus entrañas de madre. Los textos están describiendo una forma de amar que hunde sus raíces en la forma de querer que una buena madre tiene hacia el hijo que lleva en sus entrañas. De hecho ambas expresiones están relacionadas con la palabra que traducimos por útero materno y comparten la misma raíz: Dios ama con un amor entrañable, misericordioso, compasivo, «Él [es] amor entrañable» (Sal 78,38). Son imágenes escandalosas de un Dios preñado de su pueblo (Is 43,4-6) y de una serie de fenómenos de la naturaleza: ¿Tiene la lluvia padre?,¿O quién engendró las gotas del rocío?¿De qué vientre salió el hielo? Y la escarcha del cielo, ¿quién la engendró? (Job 38,28-29) lo que nos hermana a todos los seres creados en el útero divino. De este origen nacen una serie de imágenes que hablan de no abandono, de ira aplacada, de dolor por el pueblo que se relaciona con los dolores del parto, dolores de los que Yahvé no está exento (Is 42,13-15). Dolor por el hijo que nace y dolor por el hijo que sufre a lo largo de toda la vida. Ese sufrimiento le hace ser especialmente cercano a todos los que padecen por eso el mismo profeta nos habla de que Dios se compadece como la mejor madre de sus hijos (Is 49, 14-16) a la par que los consuela “como a uno a quién su madre le consuela, así yo os consolaré” (Is 66, 12 -13). Este amor invencible, que evoca la intimidad misteriosa de la maternidad, se muestra de modos distintos en la Biblia hebrea. Aparece como protección, salvación en los peligros, perdón para los pecados, como principio de fidelidad, manteniendo las promesas e impulsando a la esperanza, a pesar de nuestras infidelidades.
Encontramos estas imágenes femeninas y maternales en la “hesed” de Dios, la clemencia profunda, la fidelidad para las personas, a pesar de sus infidelidades y pecados, viene del corazón maternal de Dios, de sus “rachamin”. En una descripción llena de ternura Dios se ocupa del océano que acaba de contener dándole “las nubes por toquilla y los densos nublados por pañales” (Job 38,9). Mientras que para Adán y Eva nacidos a una nueva vida cose túnicas de piel para vestirlos: “ Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Gén 3,21), donde usa la palabra túnicas de piel (kotnot `or). Las túnicas son de piel y no las frágiles vestiduras que se habían hecho el hombre y la mujer (Gén 3, 7). Esta nueva piel los prepara para una nueva existencia. Este versículo pone de relieve la ternura de Dios y, al mismo tiempo, introduce una nota de esperanza: aunque el hombre haya caído y traicionado, Dios sigue preocupándose del ser humano, como muestra que hará a lo largo de toda la Biblia con el pueblo elegido. Aparece la solicitud amorosa de Dios.
La fe de Israel es dirigida a este Dios como al útero de su madre. Llama y pide protección amorosa, con palabras que hacen sentir y experimentar a Dios de modo materno: “Mira desde el cielo, y contempla desde tu santa y gloriosa morada. ¿Dónde está tu celo, y tu poder, la conmoción de tus entrañas y tus piedades para conmigo? ¿Se han estrechado? (Is 63, 15). Una maravillosa metáfora para hablar del cuidado de Dios por los suyos: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues si ellas llegaran a olvidar yo no te olvido” (Is 49,15). ¿Qué amor más intenso como imagen de comparación que el de una madre?.
Nos encontramos luego el término “ruach” que también es evocativo. Significa “viento”, “espíritu” o “respiración de vida”. Pero cuando lo leemos en el relato de la creación (Gn 1, 2), cuando la “ruach” se mueve sobre la tierra, evoca la presencia de una Madre Grande que da a luz la creación a partir de su útero generoso y amoroso. Este mismo Espíritu aparece como “ruach”, madre de vida, y como aquello que da respiración de vida a todo lo que existe. Además de crear a su imagen a hombre y mujer!!. (Gn 1, 26-27).
Otra expresión femenina y significativa en el AT es la Sabiduría (hochmach), descrita como “la hija de Dios”. Con ella Dios crea y realiza su trabajo de dar vida. En Pro 8, 24-32: “Antes de los abismos fui engendrada; Antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. 25 Antes que los montes fuesen formados, Antes de los collados, ya había sido yo engendrada; 26 No había aún hecho la tierra, ni los campos, Ni el principio del polvo del mundo. 27 Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; 28 Cuando afirmaba los cielos arriba,Cuando afirmaba las fuentes del abismo; 29 Cuando ponía al mar su estatuto, Para que las aguas no traspasasen su mandamiento; Cuando establecía los fundamentos de la tierra,  30 Con él estaba yo ordenándolo todo, Y era su delicia de día en día, Teniendo solaz delante de él en todo tiempo.  31 Me regocijo en la parte habitable de su tierra; Y mis delicias son con los hijos de los hombres. 32 Ahora, pues, hijos, oídme, Y bienaventurados los que guardan mis caminos, la Sabiduría es imaginada como una madre que transmite sabiduría a sus hijos.  El autor del libro de la Sabiduría la retrata como una presencia femenina en la historia de la salvación. Ella era compañera y guía. Ayudó a los humanos en dificultades y peligros. Pasó con ellos el Mar Rojo. “Abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los pequeñuelos” (Sb 10,21) de forma que pudieran alabar a Yahvé. Aquí se describe un “tipo femenino” de presencia y actividad de Dios. El tema aparece también en el Eclesiástés 24 pero sin salirse esta vez de lo típicamente femenino. Un Dios-mujer que coloca su tienda entre los hombres y planta un maravilloso jardín lleno de árboles frutales. El Dios Ella no prohíbe sus frutos e invita a entrar en la casa donde ha preparado un magnífico festín personalmente. El convite resuena con fuerza: “¡Ven! ¡Come mi comida y bebe mi vino!” Por si no bastara el alimento añade una promesa. “Viviréis los que comáis

En este punto, y como conclusión, creo que es interesante comparar el relato de la creación del Génesis, con la descripción de la actividad creadora de la Sabiduría (Sab 7-8, donde destaca Sab 7, 12: “Y yo me regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los trae, aunque ignoraba que ella fuese su madre). En el Génesis, Dios forma “lugares” y crea formas de vida. Él ve desde fuera y está satisfecho. Es una imagen masculina. En el libro de la Sabiduría vemos la creación como un proceso continuo de “ordenar”, moldeando, inspirando, sosteniendo, cambiando desde dentro. Este trabajo ingente sólo puede ser captado correctamente desde ese punto de vista, por alguien que vive y siente con la Sabiduría, en femenino.

Nacho Padró

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