jueves, 10 de abril de 2014

Naturaleza y Cristianismo

El modo en que la tradición cristiana ha enfocado la relación del hombre con la naturaleza ha influido en el impacto que la misma ha tenido y puede tener, para bien y para mal, en los problemas ecológicos.
            El cristianismo está siendo juzgado por algunos muy duramente en relación con los problemas ecológicos. Las críticas son: 1.la concepción judeo-cristiana del tiempo lineal ha sido la referencia más adecuada para el surgimiento de una ideología del progreso que ha acabado por identificarse con el progreso científico-técnico, el que no ha reparado en avasallar destructivamente la naturaleza; 2. la concepción judeo-cristiana de la creación hace al hombre centro de la misma, le separa radicalmente del resto de los seres, dándole además el derecho y la misión de dominarlos; 3. en el cristianismo hay igualmente exaltación del papel de la acción humana, tanto en el pecado como en la salvación; aunque en última instancia ésta se reconozca don de Dios, el hombre es llamado a trabajar activamente por ella; este activismo limita fuertemente la dimensión contemplativa, mucho más adecuada para mantener relaciones armoniosas con la naturaleza; 4. puede ser subrayada la dimensión histórica y el papel del hombre en la misma, podrá incluso ser subrayado el deber de realizar históricamente la justicia entre los hombres, pero no con y en la naturaleza.
            Las reacciones defensivas que surgen ante estas críticas son: en primer lugar, y aunque el marxismo ideológico esté desacreditado con razón, no puede olvidarse que, si por un lado es importante subrayar el papel de los factores ideológicos, por otro lado no puede arrinconarse el papel decisivo que cumplen otros factores económicos y sociales. Tampoco puede olvidarse que la tradición cristiana se va construyendo en contacto con las tradiciones que dejan sus huellas, positivas y negativas. Hay que añadir igualmente el impacto de la mentalidad de la modernidad (racionalismo, ilustración, marxismo), de algún modo surgida en el humus cristiano. Es decir, la responsabilidad estaría más repartida de lo que las críticas sugieren. Es cierto que pueden encontrarse en la tradición cristiana visiones, interpretaciones y comportamientos que pueden identificarse con las críticas a las que nos hemos referido; pero es absolutamente injusto identificar la tradición cristiana con ellas, pues es mucho más amplia y compleja.
            Hay que decir que, aunque un buen número de críticas son injustas por parciales, no es menos cierto que, al margen de lo que la doctrina cristiana pueda decir desde sus fuentes bíblicas, los pueblos y culturas que primero han ideado y realizado un dominio explotador de la naturaleza son pueblos que deben ser situados en el marco cultural cristiano, tomado en su sentido más amplio.
            La mayor parte de las críticas pueden situarse en los relatos de creación del Génesis. Estos textos tienen diversas interpretaciones (críticas y defensas), surgiendo entonces la cuestión de saber si hay criterios para decidir a favor de unas frente a otras. ¿Qué hacer cuando se dan interpretaciones rivales o incluso incompatibles, como en este caso? Frente a la postura postmoderna que insiste en la mera transitoriedad y relatividad, cabe remitirse a una serie de criterios que nos permitirán decidir la preferibilidad y veracidad de una de ellas. Esos criterios son:
-       El criterio de plenitud. Es preferible aquella interpretación que, el la dialéctica de recepción y creación, data al texto de más sentido, es decir, no podemos imponer al texto nuestro prejuicio.
-       El criterio de congruencia. La interpretación preferible es aquella que resulta más coherente con el conjunto del sistema de sentido en el que se inscribe.
-       El criterio de tradición. En principio, la interpretación de un texto debe ser creativamente coherente con la cadena de interpretaciones a que ha dado lugar.
Si aplicamos estos criterios a los textos del Génesis se puede decir que, las consideraciones anteriores ponen de relieve que la creciente sensibilidad cristiana hacia la ecología puede y debe echar raíces en los textos relevantes de su tradición para que, a la vez, ella interpele nuestro presente y nuestro presente descubra en ella potencialidades nuevas. La mirada crítica la debemos mantener sobre los pueblos de cultura cristiana en las intervenciones expoliadoras de la naturaleza, deberá ser un acicate para volver creativamente a estas dimensiones de la tradición que nos acusan y nos llaman a los cambios necesarios. Por último, la riqueza y matices de esta tradición deberán entrar en el diálogo con las otras cosmovisiones laicas o religiosas para ofrecer su contribución a la resolución de los graves problemas que la crisis ecológica ha puesto de manifiesto.

La cuestión ecológica: una responsabilidad de todos
Hoy la cuestión ecológica ha tomado tales dimensiones que implica la responsabilidad de todos. Los verdaderos aspectos de la misma, indican la necesidad de esfuerzos concordados, a fin de establecer los respectivos deberes y los compromisos de cada uno: de los pueblos, de los Estados y de la Comunidad internacional. Esto no sólo coincide con los esfuerzos por construir la verdadera paz, sino que objetivamente los confirma y afianza. Incluyendo la cuestión ecológica en el más amplio contexto de la causa de la paz en la sociedad humana, uno se da cuenta mejor de cuán importante es prestar atención a lo que nos relevan la tierra y la atmósfera: en el universo existe un orden que debe respetarse; la persona humana, dotada de la posibilidad de libre elección, tiene una grave responsabilidad en la conservación de este orden, incluso con miras al bienestar de las futuras generaciones. La crisis ecológica es un problema moral.
Incluso los hombres y las mujeres que no tienen particulares convicciones religiosas, por el sentido de sus propias responsabilidades ante el bien común, reconocen su deber de contribuir al saneamiento del ambiente. Con mayor razón aún, los que creen en Dios creador y, por tanto, están convencidos de que en el mundo existe un orden bien definido y  orientado a un fin, deben sentirse llamados a interesarse por este problema. Los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador forman parte de su fe. Ellos, por tanto, son conscientes del amplio campo de cooperación ecuménica e interreligiosa que se abre a sus ojos.
Al final de este Mensaje deseo dirigirme directamente a mis hermanos y hermanas de la Iglesia católica para recordarles la importante obligación de cuidar toda la creación. El compromiso creyente por un ambiente sano nace directamente de su fe en Dios creador, de la valoración de los efectos del pecado original y de los pecados personales, así como de la certeza de haber sido redimido por Cristo. El respeto por la vida y por la dignidad de la persona humana incluye también el respeto y el cuidado de la creación, que está llamada a unirse al hombre par glorificar a Dios.
San Francisco de Asís, al que proclamo Patrono celestial de los ecologistas en 1979, ofrece a los cristianos el ejemplo de un respeto auténtico y pleno por la integridad de la creación. Amigo de los pobres, amado por las criaturas de Dios, invitó a todos –animales, plantas, fuerzas naturales, incluso al hermano Sol y a la hermana Luna – a honrar y alabar al Señor. El pobre de Asís nos da testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicarnos mejor a construir la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz de los pueblos.
Deseo que su inspiración nos ayude a conservar siempre vivo el sentido de la “fraternidad” con todas las cosas –creadas buenas y bellas por Dios Todopoderoso – y nos recuerde el grave deber de respetarlas y custodiarlas con particular cuidado, en el ámbito de la más amplia y más alta fraternidad humana”.  Vaticano, 8 de diciembre de 1989.

Begoña Hernández Rubio

No hay comentarios: