sábado, 2 de agosto de 2014

Marcelino Champagnat. Pasión y compasión

5/06/2014: Casa general
La historia de los Hermanos Maristas es una historia de pasión y compasión. Marcelino Champagnat nos intuyó en los ojos de Jean-Baptiste Montagne, un muchacho agonizante que se iba de este mundo sin saber lo mucho que Dios le quería; de ahí nacimos los Hermanos Maristas.
La vida de Champagnat es una historia de pasión por Dios y compasión por los niños y jóvenes desamparados. Él decía: “No puedo ver a un niño sin que me asalte el deseo de decirle cuánto lo ama Jesucristo”.
Cuando Marcelino sintió que Dios le llamaba a algo más grande que él mismo, era sin duda como el muchacho de la foto. Un chico de pueblo, que había salido rebotado de la escuela y que pasaba sus días guardando el ganado de la familia. Es asombroso cómo en un ambiente rural, cerrado al mundo geográfica y culturalmente, Dios pudo poner en su corazón una tal amplitud de miras. Tanto que muchos consideraban que no estaba en sus cabales cuando decía que “todas las diócesis del mundo entran en nuestras miras”. Y sin embargo, hoy casi 3,500 Hermanos Maristas, sus hijos, estamos en 80 países del mundo.
En mi actual situación, viviendo en un rincón del mundo tan rural y falto de horizontes como aquél en el que vivió Champagnat, muchas veces me digo que una de mis misiones consiste en convencer a estos chavales de que tienen algo grande que hacer en el mundo, abrirles la mente, los ojos y el corazón. Quién sabe cuántos Champagnat hay escondidos en los muchachos que pastorean sus búfalos, que cosechan el arroz, que recogen hojas de té o conducen un rickshaw…
En el lecho de muerte del P. Champagnat, un Hermano vino a su cabecera, tomó su mano y le pidió: “Padre, no nos olvide cuando llegue al cielo”. Marcelino le respondió simplemente: “¿Olvidaros? Eso es imposible”. Cómo podría un padre olvidar a sus hijos; es imposible. Hoy, en vísperas de la fiesta de San Marcelino Champagnat, desde este remoto rincón del Instituto en el que vivo y trabajo, yo también me atrevo a pedirle que no nos olvide, aun a sabiendas de que es imposible.

Padre Champagnat, no te olvides de tus Hermanos luchando por la defensa de los derechos humanos en Siria, ni de los Hermanos que sufren enormes dificultades en Pakistán, Haití, Cuba, Centroáfrica o Líbano, de los Hermanos que viven escondidos e incógnitos en otros países que no debo citar aquí, de los Hermanos que entregan sus vidas cada día en aulas o despachos, en barrios marginales de ciudades, en prestigiosas escuelas de clase media o en remotas zonas rurales, de los Hermanos que enseñan en universidades o en pequeñas escuelas primarias, de los Hermanos que tratan de sembrar nuestro carisma en América, Europa, África, Asia y Oceanía. No olvides a nuestros líderes, tus sucesores, que tratan de ser tu vivo retrato.

Y no olvides a la legión de seglares, tan maristas como los Hermanos, que trabajan, viven y rezan con nosotros, que llevan clavado en sus almas y en sus cuerpos el espíritu marista, y que no dejan de crecer cada día como un signo de los tiempos. “Padre, no nos olvides…” Buena Madre, no nos olvides.
Me siento orgulloso de pertenecer a esta tradición de pasión y compasión, me siento orgulloso y agradecido por sentir dentro de mí también esta urgencia de hacer que los niños y los jóvenes sepan cuánto les quiere Dios, de hacerles sentir que Dios es bueno, que es Padre.
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H. Eugenio Sanz, Bangladesh

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