miércoles, 23 de marzo de 2016

La filosofia del Proceso de Whitehead

El moderno diálogo entre la ciencia y la religión debe tener en cuenta la filosofía y teología del proceso. La ciencia, para los autores de este movimiento, es la visión de Whitehead: una ciencia de la primera mitad del siglo XX, entendida en conformidad con una cierta filosofía del proceso propuesta por Whitehead (que no sólo es una ciencia, sino una arriesgada, compleja y sútil filosofía fundada en la ciencia). En este artículo nos referimos sólo a uno de los episodios en la filosofía del proceso: el protagonizado por Alfred Whitehead y algunos de sus seguidores en la creación de la filosofía y teología del proceso en el mundo anglo-sajón y en especial americano. Nuestra intención es presentar una evaluación y discusión que se orienta hacia lo que consideramos importante: la discusión de su cosmología y teología de la kénosis. Sin embargo, para hacerlo, necesitamos ajustar nuestros puntos de vista con la línea de pensamiento que se refiere a su metafísica y filosofía de la religión. Whitehead no pone en cuestión el mundo en su nivel último de «causalidad primera» (en su absolutez y necesidad), dado que el mundo es eterno: dado que es absoluto y necesario. El problema de Whitehead es explicar el sistema de las «causas segundas», porque no parecen constituir un sistema suficiente, sino que introduce la referencia a Dios como un elemento del mundo que contribuye a lo que el mundo es desde sí mismo. Dios, para Whitehead, no es, por tanto, responsable del Mal porque no ha creado el mundo; al contrario, está sujeto a las condiciones establecidas por el mismo mundo y por ello intenta superarlo y llevarlo a la perfección. La kénosis, o autolimitación divina, para Whitehead, es sólo parcial porque una gran parte de la limitación divina está impuesta por la naturaleza eterna de un mundo (no-creado) del que Dios forma parte fundamental.

La obra científica y filosófica de Whitehead ha marcado en los Estados Unidos una de las tendencias más importantes en el diálogo ciencia-religión durante todo el siglo XX, que va unida a la llamada filosofía y teología del proceso. Para Whitehead, la teología cristiana tradicional respondió a la metafísica de un ser absoluto, todopoderoso y omnisciente, fuente única de todo ser. En consecuencia, considera que esta idea de Dios debe ser sustituida por la de un Dios del proceso que dará lugar a una reinterpretación de las enseñanzas de Cristo. Y aunque la teología católica fue siempre remisa a emprender un diálogo a fondo con la teología del proceso, un mayor interés hacia ella hubiera podido enriquecer muchos contenidos de la teología católica moderna y cristiana en general.

Whitehead forma parte, pues, de un movimiento epocal claramente embarcado en la ola del vitalismo. Pero no creemos, como a veces se dice, que influyeran en él de forma significativa autores como Santayana, Spengler o Ralph Waldo Emerson. Sin embargo, estamos convencidos de la influencia que debieron de ejercer sobre él Charles Sanders Peirce, William James y, sobre todo, el filósofo francés Henri Bergson. Este último, cuando Whitehead llegó a su maduración filosófica, tenía ya desde hacía algunos años sus grandes obras en el mercado de las ideas y su fama era internacional. Lo más probable es, pues, que lo conociera, e incluso que se inspirara en él.  
Whitehead verá la necesidad de construir esa nueva metafísica, haciendo una revisión original del pensamiento bergsoniano, dándole más precisión, ajustándolo más a la ciencia, suprimiendo los saltos líricos, y formulándolo con una nueva terminología, menos poética, más técnica, aunque mucho más críptica y difícil. Whitehead, en lugar de “vida”, usará el concepto de organismo y su filosofía será “organicista”. En resumidas cuentas, tanto Bergson como Whitehead se mueven dentro de la misma intuición de un paradigma vitalista-procesual de fondo (frente al dualismo y al mecanicismo) que responde plenamente al sentir de su época. 

Nacho Padró

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