domingo, 17 de abril de 2016

El Rey Triste y el sirviente Feliz

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo
sirviente de rey triste, era muy feliz.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y
tarareando alegres canciones.
Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida
era siempre serena y alegre.

Un día el rey lo mandó a llamar:
* Sirviente -le dijo- ¿cuál es el secreto?
* ¿Qué secreto, Majestad?
* ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
* No hay ningún secreto, Alteza.
* No me mientas, sirviente. He mandado a cortar cabezas por ofensas
menores que una mentira.
* No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
* ¿Por qué está siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿Por qué?
* Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra
permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que
la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me
premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos,
¿cómo no estar feliz?
* Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-.
Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
* Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo,
pero no hay nada que yo esté ocultando...
* Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey
estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el sirviente estaba feliz
viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los
cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó
su conversación de la mañana.
* ¿Por qué él es feliz?
* Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
* ¿Fuera del círculo?
* Así es.
* ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
* No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
* A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
* Así es.
* ¿Y cómo salió?
* ¡Nunca entró!!
* ¿Qué círculo es ese?
* El círculo del 99.
* Verdaderamente, no te entiendo nada -dijo el Rey-.
* La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
* ¿Cómo?
* Haciendo entrar a tu sirviente en el círculo.
* Eso, obliguémoslo a entrar!!
* No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
* Entonces habrá que engañarlo.
* No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo
en el círculo.
* ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
* Si, se dará cuenta.
* Entonces no entrará.
* No lo podrá evitar.
* ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en
ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
* Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente
para poder entender la estructura del círculo?
* Sí
* Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de
cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
* ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
* Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
* Hasta la noche.

Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron
hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del sirviente.
Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie
cómo lo encontraste". Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del
sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente salió, el sabio
y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se
estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la
puerta y entró a su hogar.
El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente
ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que había
sobre la mesa dejado sólo la vela.
Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podían creer lo que
veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de
estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas !!
El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar a la
luz de la vela. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas !!!
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y
finalmente la bolsa.
* "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y
confirmó que era más baja.
* Me robaron -gritó- me robaron, malditos!!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació
sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la
mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que
había 99 monedas de oro "sólo 99".
* "99 monedas. Es mucho dinero", pensó. Pero me falta una moneda.

Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número
completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era
la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían
vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el
que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y
mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la
bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda
número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a
trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más.
Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas
de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que
recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. "Doce años es mucho
tiempo", pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el
pueblo por un tiempo.
Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de
la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por
ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa,
en siete años reuniría el dinero.
Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de
comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto
menos comieran, más comida habría para vender...Vender... Vender...
Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un
par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios
llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente había entrado en el
círculo del 99...
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le
ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real
golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas.
* ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.
* Nada me pasa, nada me pasa.
* Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
* Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su
juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor...


Comentario del autor del Cuento:
Vos y yo y todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología:
Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar
de lo que se tiene.
Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que
falta... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca
se puede gozar de la vida. Pero qué pasaría si la iluminación llegara a
nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas
son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó
con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que
todo es sólo una trampa, puesta frente a nosotros para que quedemos
cansados, malhumorados, infelices o resignados.
Una trampa para que todo siga igual ...
"... cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros
tal como están..."

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