jueves, 21 de abril de 2016

La Virgen Fea

Hace muchos años, un sacerdote fue destinado a un pequeño pueblo perdido entre las montañas. Su primer trabajo consistió en arreglar la iglesia, pues tenía el tejado agrietado y entraba agua en su interior. Él quería dejar la iglesia tan hermosa que puso cuidado en pintar y adecentar todo. Y claro, había una imagen de la Virgen, ¡tan fea! que quería quitarla a toda costa. Sin embargo, la gente del pueblo no quería que la retiraran.
El sacerdote planeó entonces adquirir una imagen bonita y ubicarla en el altar principal, desplazando a la Virgen Fea hacia un rincón secundario o, mejor todavía, escondiéndola en un trastero, pero en cuanto la gente supo de sus intenciones, se lo impidió.
Pasaron algunos años. La iglesia había quedado hermosa y resplandecía en la colina. Pero mientras más aumentaba la belleza de la iglesia, más resaltaba la fealdad de la imagen sobre el altar.
El sacerdote, espantado por una Virgen tan fea, seguía pensando cómo conseguir apartarla de su vista.
En agosto llegó el momento de celebrar la procesión de la Virgen y el sacerdote propuso llevar la imagen hacia unas casas nuevas para bendecirlas, y como quedaban muy apartadas, sugirió montarla en un camión.
La procesión empezó. Todo iba como de costumbre y la gente del pueblo iba feliz, cantando y rezando. A cierta altura, tal como se había previsto, el viejo camión se dirigió hacia el barrio nuevo. Faltaba pavimento en esa zona, y los caminos de tierra estaban tan descuidados que el camión avanzaba con dificultad.
De pronto, el camión derrapó y cayó en una zanja profunda. La violenta caída rompió la imagen de la Virgen en mil pedazos. La multitud gritó a una sola voz.
Pero no era solamente por la destrucción de la Virgen Fea: destruida la gruesa cáscara de arcilla, apareció una rutilante imagen de plata, con un rostro tan bello e inocente que a todos deslumbró.

El sacerdote y los fieles comprendieron que la imagen de la Virgen Fea seguramente se había hecho para tapar la hermosa imagen original e impedir que los ladrones se la llevaran. Y el sacerdote pensó: ¡qué equivocado estaba rechazando a la Virgen fea, sin darme cuenta de que la belleza está en el interior…!

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