martes, 23 de agosto de 2016

Las cosas del Opus Dei

Aunque hace ya algunos años que murió Josep Cisquella, me sigo acordando de sus cuadros y de su humor, sobre todo durante los veranos. He dejado culpablemente de llamar a su mujer, no he ido a las últimas posibilidades de reencontrarla a ella y a los cuadros de él, y sin embargo sigo acordándome de las carpetas que diseñó para los estudiantes de la UPC y de la terraza de su casa en la plaza Tetuán, con vistas a la Monumental. Allí asistió durante años a la agonía de una fiesta que era un funeral en vivo, mientras se enterraba día a día una afición sin relevo generacional y que había ido quedando desplazada como mera etapa de operadores turísticos.
Pero los toros siguen gustando a mucha gente, incluida la periferia de los toros y los estomagantes sanfermines de Pamplona. Fernando Savater se extasía ensimismado pero irónico en sus memorias al fantasear con volver a aquel jolgorio feliz, y no he podido dejar de asociar ambas cosas con una mala película que es a la vez un viaje al pasado salvaje de este país católico. Jorge Grau dedica la mitad del metraje de su película La trastienda, rodada en 1975, a registrar en forma de documental las correrías de los animales y los tendidos de la plaza, las balconadas engalanadas, las monumentales borracheras colectivas y los rutinarios acosos de los mozos a las mozas. La película no sabe contar bien lo que a pesar de todo cuenta, es decir, que en la trastienda de esa fiesta religiosa y comunal está la doblez estructural de una comunidad católica protegida y legitimada bajo el protocolo de la fiesta, de los toros, del santo patrón y el resto de la panoplia: una metáfora diminuta pero ruidosa de la España católica y barroca.
El hermoso desnudo de la enferma protagonista, María José Cantudo, fue al parecer el primero integral en una pantalla de cine, pero desde luego es mucho más obsceno y directamente pornográfico otra cosa más, que no tiene que ver con la delicadeza de ella sino con la neurosis represiva de él. Porque el médico para el que ella trabaja en el hospital es un miembro activo del Opus Dei a quien le salta la sangre de la mano con que aprieta el pequeño crucifijo mientras resiste heroicamente la tentación erótica de la muchacha guapa, refrescante y enamorada. Como buen siervo de la secta, aguanta la mortificación hasta que un paseo casual descubre el embuste al espectador: ha cundido la sospecha pública de un enredo adúltero entre ambos aunque no existe y además da igual si existe o no; lo que importa aquí, en Pamplona y en España, sobre todo si eres católico y muy en particular si eres del Opus Dei, es que no lo parezca, tanto si lo has hecho como si no. Y en ese pacto de sangre de hipocresía social está el disparadero de la noche sanferminera que pasan juntos el médico del Opus y su enfermera, aunque solo sea una y sin pasar a mayores. Quien pasa a mayores es su mujer, como presunta víctima que decide sacrificar su plácida vida al deber del decoro social y se separa muy altiva y señora, a pesar de que es ella quien cumple a rajatabla con el adulterio católico acostándose cada vez que puede con el mejor amigo de su marido del Opus.
Es verdad que Camino fue hace pocos años una estupenda recreación de los índices de siniestralidad moral que alcanza una secta integrista. Pero no deja de asaltarme la certidumbre de que el poder del Opus Dei ha desaparecido de la vida pública, de los reportajes y las cosas consabidas, como si hubiese dejado de operar a la vista para operar en la sombra, escarmentado quizá, o mejor adaptado que otros al ejercicio del poder en la nueva sociedad: ¿dónde está hoy el poder del Opus, cómo lo ejerce, quiénes lo canalizan, en qué medios influye o dónde fructifica su presión, cómo regula los créditos y a quién los concede, si lo hace o puede hacerlo? ¿Cuál es la trastienda hoy del Opus Dei, más allá del jocoso viva Honduras de Federico Trillo o del imperturbable arte de la guerra sucia de Jorge Fernández Díaz? ¿Quién cuenta las correrías de ese toro, en Pamplona o fuera de Pamplona?
Jordi Gracia para elPaís.com

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