martes, 4 de abril de 2017

El ‘Pacto de Unión’, la fallida unificación de los reinos cristianos peninsulares

Alfonso VI reunió la Curia plena en Toledo en el verano de 1108, tras la derrota de Uclés. No existía la menor duda acerca del derecho sucesorio que recaía en la infanta Urraca, debido al estado de salud del rey. Doña Urraca de León era hija legítima del rey, además de viuda y madre de un niño de cuatro años, habido en su primer matrimonio con Raimundo de Borgoña. Se necesitaba un marido que, con pleno derecho, ejerciese las funciones inherentes a la soberanía y a la tutela.  Según Ramos Loscertales, en el relato de la “Crónica De rebus Hispaniae” se desprende la idea de que fue el propio Alfonso VI fue quien sugirió  la candidatura del rey aragonés, Alfonso I, que tantos elogios merecía por parte del conde Ansúrez, presente en la Curia. Otras hipótesis hablan que el matrimonio entre Urraca I de  León, Galicia  y Castilla,   y Alfonso I de Aragón, fue concebido dentro del contexto de idea del Imperio Hispánico, pues Alfonso VI obtuvo en 1077 el título de Imperator totius Hispaniae  (‘Emperador de toda España’).
Este proyecto de unificación, denominado  “PACTO DE UNION”, que consistía en trasmitir a Alfonso I el Batallador, con la prerrogativa imperial que tuviese su suegro, la potestad real en Castilla y León chocaría con una fuerte oposición entre la alta nobleza castellana y gallega. En la Crónica del “Anónimo de Sahagún”, escrito varios años después del suceso, se calificaría dicho matrimonio de “maldito y excomulgado ayuntamiento hecho para daño de España”.
En el fracaso del proyecto influyeron muchas y diversas causas, entre ellas se destaca la oposición de los caracteres opuestos de ambos cónyuges; los intereses materiales de los nobles, sobre todo  los del conde de Traba y el arzobispo Gelmírez; y asuntos eclesiásticos en los que se insinuaba que dicho matrimonio podría ser ilegítimo a causa del parentesco (por intervención del arzobispo de Toledo).
La Península Ibérica en el reinado de Alfonso VI.
La Península Ibérica en el reinado de Alfonso VI.
El 1 de julio de 1109 fallecía el rey Alfonso VI. Enseguida doña Urraca era nombrada Regina Yspanie, como confirma un diploma del 22 de julio de 1109, con una impresionantes lista de confirmantes. La rapidez del nombramiento se debió también al peligro almorávide, ya que el califa Alí pasaba el estrecho de Gibraltar para llevar a cabo un nuevo asalto que devastó Madrid y Guadalajara.
Sin demoras ni suntuosidad, debido a la necesidad urgente de defensa del reino, a principios de octubre de 1109, en el Castillo de Muño (según unos cercano a Monzón de Campos, Palencia y según otros, cercano a Burgos, en Villavieja de Muño), se casaban doña Urraca y don Alfonso I.
La urgencia militar precipitó el matrimonio entre ambos monarcas, pero fue de una gran importancia política para la Península Ibérica de la Edad Media. Al conocer que el ataque almorávide se retrasaría, los esposos se esmeraron en diseñar una carta programática que regulase institucionalmente una monarquía con dos titulares para un “Imperio Hispánico”. El resultado fue la “Carta de Arras” de Alfonso I y la “Carta de Donación” de Urraca, ambas firmadas en diciembre de 1109, bajo la ayuda de Pedro Ansúrez. Dichas cartas son auténticas capitulaciones de ambos cónyuges, en los que reconocen el dominatus y principatum sobre sus respectivos Estados y vasallos, como fundamento para ejercer ambos la potestad en los dominios del otro.
Así queda reflejada una cosoberanía, aun cuando el principatum de Urraca debía ser interpuesto, cosoberanía que descansaría sobre dos ejes: primero, la investidura de “Hispanie imperator, Totius Hispanie rex et magniticus imperator…” a Alfonso I, desde la legitimidad leonesa de Urraca, y segundo, un mecanismo sucesorio para asegurar una continuación, mediante el reconocimiento  de herencia de todo candidato, en caso de nacimiento de un hijo del matrimonio. En la “carta de donación” de Urraca, el mecanismo sucesorio era idéntico, a la inversa, sólo que reconocía la herencia sobre la monarquía castellano-leonesa para su hijo Alfonso Raimúndez, en caso de ausencia de descendencia del matrimonio.
El Imperio había nacido fácticamente y luego se le había concedido un modelo legal y político de pleno acuerdo. Los problemas comenzaron cuando se puso en práctica. Suponía un cambio en la concepción de la institución monárquica, pero ante la vacilación de los reyes, los grupos de presión se aprovecharán de ello.
Se percibe un ejército de poder de la monarquía hispánica donde se acoge a todos los Estados hispánicos. Su aplicación no provocó desajustes en Aragón, porque doña Urraca actuó como reina en los estados de su esposo durante varios meses en el año 1110. Mientras que la situación fue diferente en Castilla y León.  La estructura territorial de Castilla era más compleja, además de las revueltas territoriales, sociales, militares y eclesiásticas que sufría la monarquía castellano-leonesa.
Asímismo, la intervención de la Iglesia generó unas dificultades mayores que se manifestaron en conflictos sociales de carácter antiseñorial, cuyos participantes se aliaron a la facción política que más les convenía.
El fin de la voluntad unitaria llegará con la reformulación y el fracaso del “PACTO DE UNION”. En el verano de 1110 se hacían públicos los anatemas pontificios contra el matrimonio de doña Urraca y don Alfonso. Se hizo efectivo, con lo cual, Alfonso I iniciaba una campaña contra el clero cluniacense. Esto provocó que el alto clero y la nobleza de ambos reinos tomaran armas en favor de uno u otro monarca. Comenzaron las primeras desavenencias matrimoniales con una dimensión política enorme.
En el pacto no quedaban bien definidas las propiedades de Alfonso I en Castilla y León; los magnates castellanos intentaron contener el expansionismo del rey aragonés, provocando una reacción violenta por parte de este. Se desplazará a Aragón, apresando a doña Urraca en Castellar, pero esta logrará huir a Burgos con la ayuda de Gómez González y Pedro González de Lara (del primero se dijo que fue amante de la reina durante su viudedad, del cual tuvo dos hijos) y la ayuda del conde de Traba, noble gallego.
En septiembre de 1111 estalla la guerra civil, la nobleza y clero castellana y gallega apoyan a doña Urraca, mientras don Alfonso, junto al conde portugués Enrique de Borgoña, obtendrán una victoria en Candespina (Segovia).La tensión es extrema y el escenario se desplazó a Galicia. A su vez, el arzobispo Gelmírez ungía rey en Santiago de Compostela a Alfonso Raimundez, se ve amenazado el pacto. Doña Urraca y sus aliados gallegos tras la derrota en Viadangos en 1111,vuelve a la contraofensiva un año después, opta por  buscar el apoyo de su cuñado, Enrique de Borgoña y su hermanastra Teresa, todo ello supuso para la reina dos amenazas enormes: una, el proyecto de repartición del reino de su padre con los condes de Portugal, y otro, el dominio de Alfonso I sobre sus Estados. En 1112 tras la Batalla de Astorga, de la que saldrá victoriosa Urraca, la situó a la reina en dependencia del conde de Portugal y el estallido de revueltas sociales que sembraban la anarquía en el reino. Ése mismo año morirá Enrique de Borgoña.
Alfonso I de Aragón y Urraca I de León
Alfonso I de Aragón y Urraca I de León
Continuarán las tensiones hasta que la curia general del reino en Palencia, el 25 de octubre de 1113, buscará restaurar la paz, acabar con las revueltas sociales y deponer al arzobispo Mauricio de Braga, soporte de la condesa Teresa. Acabaron triunfando las ideas del arzobispo Gelmírez y la restauración del censo castellano-leonés a la orden. Doña Urraca fracasará en su intento de desbancar el poder de Gelmírez en el verano de 1114, reforzando así su dependencia del arzobispo compostelano.
En octubre de 1114, un concilio reunido en León decretó la definitiva separación matrimonial de la reina Urraca y don Alfonso I. El monarca aragonés aceptó, repudiando a Urraca y renunciar a sus derechos territoriales  sobre dichos territorios. Doña  Urraca renuncia a los suyos sobre Aragón y vuelve a ser reina de  León, Castilla y Galicia.
La disolución del matrimonio no implicó la renuncia al Imperio Hispánico, sino que variaba su instrumento. No descansaría sobre un “Pacto de Unión”, sino en un proyecto militar, así lo planteó Alfonso I, dicho ideal lo transformo en un liderazgo contra el Islam.
Más información|V.A. Álvarez Panlenzuela (coord.): “Historia de España de la Edad Media”, ed. Ariel, 2002.  L. Suárez Fdez y V. A. Álvarez: “Historia de España, vol. 5″, ed. Gredos, 1990. J. Mª Mínguez: “La España de los siglos VI al XIII. Guerra, expansión y transformaciones”. Ed. Nerea, 1994.
Mriola Fernández

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