sábado, 15 de abril de 2017

Judas, el primer testigo protegido de la era cristiana

Judas cobró una recompensa de 30 monedas de plata a cambio de señalar con un beso a quien decían que era el “Rey de los Judíos”. Su delación permitió el arresto de Jesús de Nazaret, su posterior enjuiciamiento y ejecución, según narra la Biblia cristiana. Luego el delator se suicidó colgándose de un árbol.
Bajo esas mismas circunstancias, hoy Judas Tadeo Iscariote, tesorero de los apóstoles, habría entrado en el programa de protección de testigos aunque probablemente no recibiría ninguna compensación económica a cambio de su testimonio acusador. Un cambio de identidad, si acaso, y un nuevo domicilio y documentación, pero nada más.
Sin embargo, las autoridades judiciales en la actualidad tampoco hubieran permitido que Judas se suicidara porque su presencia y declaración en el juicio resultaría fundamental. Tendría que haber ratificado en la vista oral sus acusaciones y la denuncia, aunque podría haberlo hecho oculto detrás de un biombo, como ocurre hoy día para que no le identifiquen.
Bajo el manto de Roma o del Sanedrín judío, Iscariote negoció la compensación económica por la traición, pero no se conocen los matices, ni las promesas que recibió, si es que las hubo, salvo la paga de los 30 monedas. Hoy como testigo protegido tendría derecho a una vivienda, un trabajo e incluso un cambio de identidad permanente

El juicio a Jesús fue legal

El proceso judicial contra Jesús también tiene su paralelismo hoy día, aunque en España ya no se juzga a nadie por delitos religiosos similares, como la blasfemia. Aun así, el artículo 525 del Código Penal califica el delito de blasfemia y señala: "Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican".
Los trámites judiciales de la época fueron legales, según reconocen varios expertos como el profesor de Derecho Romano de la Universidad de Sevilla, José María Ribas Alba, ya que se aplicaron los criterios normativos de la época aunque en realidad fueron dos procesos paralelos que finalizaron en una sola sentencia dadas las relaciones entre el delito judío de blasfemia y el delito romano de lesa majestad.

Anás y Caifás

La primera autoridad judicial/religiosa ante quien fue conducido Jesús la noche de su captura fue Ananías, sumo sacerdote, quien envió a Jesús atado al palacio de Caifás, con quien compartía el sumo sacerdocio además de ser su yerno. Este reunió a la junta suprema e interrogó por segunda vez a Jesús. Si hubiera pasado hoy, estos dos próceres del Sanedrín harían las veces de policía judicial que interroga a los sospechosos y los ponen a disposición judicial con un atestado en el que relatan los indicios de delito.
Las declaraciones de numerosos testigos falsos no pudieron aportar pruebas para condenar al sospechoso pero cuando Jesús se declaró Hijo de Dios, el sacerdote Caifás, nombrado por el procurador romano Valerio Grato, en señal de indignación, rasgó sus vestidos por la blasfemia y condenó a Jesús.

Herodes y Pilato

El poder de los judíos estaba representado en la persona del rey Herodes y el poder del Imperio Romano en la figura del procurador Poncio Pilato. Jesús pasó por el tamiz sesgado de Herodes quien envió al reo ante la autoridad romana, Poncio Pilato que actuaba como juez junto con el sanedrín. En el ejemplo imaginario trasladado a hoy, Herodes hizo las veces de fiscal y Pilatos de tribunal unipersonal.
Pero antes de la condena, sucedió otro episodio que la historia ha traducido como una maniobra para rehuir de su responsabilidad. Algo que hoy sería impensable, aunque nuestro ordenamiento jurídico permite a los jueces abstenerse de juzgar casos cuando creen que no son imparciales para su análisis. Pilato envía al prisionero a Herodes con la disculpa de que Jesús era galileo y para aprovechar la tradicional costumbre judía de soltar un preso con motivo de la pascua, y así contraponer la figura de Jesús con la de Barrabás. El pueblo, instado por el Sanedrín elige como reo de muerte a Jesús y Pilatos, “se lava las manos” pero ordena su ejecución. Hoy cabria recurso pero entonces la sentencia fue firme y ejecutada al amanecer.
Javier Alvarez

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